Puerto Rico: El gobernador no es el único mal
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En el momento en que redacto estas líneas, no se sabe cuál será el desenlace del extraordinario movimiento de masas que ha ocupado durante más de una semana las calles de la capital puertorriqueña y de otras ciudades.
(last modified 2020-08-01T12:43:22+00:00 )
Jul 24, 2019 11:55 UTC
  • Puerto Rico: El gobernador no es el único mal

En el momento en que redacto estas líneas, no se sabe cuál será el desenlace del extraordinario movimiento de masas que ha ocupado durante más de una semana las calles de la capital puertorriqueña y de otras ciudades.

He leído y releído las noticias.  Se trata, dicen ellas, del reclamo masivo por la renuncia de Ricardo Roselló, un tecnócrata sin experiencia en política, que llegó al cargo casi como herencia de su padre, quien sí fue un sagaz personaje del complejo escenario local, y ocupó en dos ocasiones la gubernatura de la llamada Isla del Encanto.

El detonante también ha sido muy divulgado.  La filtración de casi 900 páginas de un chat entre personajes afines al joven Roselló, quienes se cruzaban improperios e insultos contra personajes de la vida isleña, desde la alcaldesa de San Juan – tenaz opositora de Donald Trump – a quien le dedicaban deseos de muerte, hasta el más que famoso cantante Ricky Martin y su opción sexual.

Eran mensajes, dicen las noticias, sexistas, homofóbicos, soeces.  Pero esta caracterización no es sino un fenomenal eufemismo.  La lectura de los cientos de páginas es un viaje ominoso a la obscenidad y a la falta del más elemental respeto a la dignidad de cualquier ser humano.  Razones de decencia me deciden a no reproducir  siquiera unos pocos ejemplos.

Ese fue el detonante.  Y este es el reclamo: que se vaya Roselló.

Pero Roselló no es el peor de los males de Puerto Rico. Ni su salida la solución definitiva.

El problema es más antiguo y más complejo.

De Colón a Roselló

 

La isla fue descubierta por Cristóbal Colón en 1493, durante los viajes gracias a los cuales lo que luego sería América, comenzando por Cuba, La Española (hoy Haití y República Dominicana) y Puerto Rico, así como otras islas menores, se incorporó al mapa de la geopolítica desde entonces.

Colonia de España y deudora de su cultura junto con la de indígenas nativos, esclavos negros africanos y emigrantes de diversas nacionalidades, fue conquistada por Estados Unidos como resultado de la derrota española en la guerra que sostuvieron ambos países en 1898.

De las manos españolas, Puerto Rico pasó a las estadounidenses.  Hasta hoy, a pesar de los disfraces.

En 1900, Estados Unidos consideró a Puerto Rico como un “territorio no organizado”. A los puertorriqueños se les concedió la ciudadanía estadounidense en 1917, y en 1950, se les permitió que redactaran su propia constitución.

Pareció que la isla finalmente tendría una personalidad definida. Tenían poderes legislativo, judicial y ejecutivo, en la figura de un gobernador que por esa época pudieron elegir por primera vez.  Eran, como dije, ciudadanos de Estados Unidos.

Pero ahí terminaba todo.  Eran ciudadanos pero no podían elegir al presidente de ese país, a menos que residieran en territorio continental estadounidense.  Tenían los tres poderes pero tampoco tenían soberanía nacional: por ley, la soberanía de Puerto Rico reside en el Congreso de Estados Unidos.

A esta confusa construcción se le llamó en 1952 “Estado libre asociado”, un galimatías para ocultar que, en definitiva, Puerto Rico pasó de colonia española a ser – como reconocen las Naciones Unidas cada año – territorio colonial de Estados Unidos.

El gran poeta cubano Nicolás Guillén se burló en un conocido verso de la rocambolesca fórmula: “Puerto Rico, socio asociado en sociedad”.

Por esos años el movimiento por un Puerto Rico independiente cobró fuerza y optó por la acción armada, la que de una manera o de otra, llevada adelante por una organización u otra, operó durante varios años.  La reacción de la metrópolis imperial fue aplastante:  hoy la isla cuenta con una galería de héroes que sufrieron extensas condenas de cárcel, algunos de ellos símbolos aún vivos, como Rafael Cancel Miranda u Oscar Rivera, quien llegó a ser el preso político que más larga condena cumplió en las cárceles estadounidenses.

El espectro político puertorriqueño incluye los defensores del estatus actual, que en teoría no carece de algunos incentivos económicos, al precio de la renuncia de la soberanía nacional, y los anexionistas, cuya fuerza ha sido en algunos momentos de importancia.

(La decadencia del gobierno del actual Roselló, partidario de la anexión,  también se reflejó en fecha reciente cuando proclamó la victoria de su tendencia en unas elecciones sobre el tema: más del 90 por ciento votó por la anexión. Pero solo fueron a las urnas el 23 por ciento de los votantes).

La deuda pública puertorriqueña, recordémoslo, anda por los 72 mil millones de dólares.  Hay muchos países endeudados en el mundo, pero pocos están tan desprotegidos como Puerto Rico. Y es que como un modo de incentivar la afluencia de dinero a la isla, y por su condición de jurisdicción fiscal independiente, el tesoro local puede emitir bonos de deuda, pero para mayor satisfacción de quienes los compran, no puede cobrar intereses.

Solo un rígido control de gastos y fuentes de aprovisionamiento financiero alternativas pueden moverse dentro de estas reglas draconianas.  Ni control ni fuentes han existido.

Pero hay más dificultades. Por su condición colonial, no puede solicitar ayuda de otros países – no es un estado independiente –,  no tiene soberanía monetaria y, al no ser un estado ni independiente ni de Estados Unidos, no puede declararse en quiebra. 

Aunque, como ocurrió en el 2015, puede quebrar.

El poder imperial actuó entonces. Imperialmente. A partir de su insolvencia, las finanzas puertorriqueñas comenzaron a ser manejadas por una Junta de Control Fiscal federal, no puertorriqueña, dependiente del gobierno estadounidense, cuyo poder es superior al de la propia Constitución de la isla.  Y como suele suceder, a la austeridad impuesta siguieron los recortes en gasto social, léase salud, vivienda, educación, el desempleo, el hambre.

La situación ya era difícil cuando la naturaleza se encargó de empeorarla.

El desastre fue gigantesco. La isla fue arrasada primero por el huracán Irma y luego por el más poderoso María, que hicieron tábula rasa de una gran mayoría del territorio puertorriqueño.

Y si desastrosos fueron los huracanes, peores y muy sucias fueron la respuesta del gobierno federal y del encabezado por Ricardo Roselló.

Trump pareció enterarse días después de que los muertos eran ciudadanos de Estados Unidos.  Su visita a la isla fue tan tardía como humillante.  Y el monto de la ayuda para la recuperación  muy inferior al otorgado a otras zonas continentales donde los desastres naturales habían sido menores.  Nada nuevo. Racismo del que todos conocemos.

A Roselló le sucedió un escándalo tras otro en el manejo de los fondos de recuperación de las infraestructuras destruidas.  La obsolescencia del sistema eléctrico nacional hizo que la isla se apagara totalmente.  Y la lentitud y superficialidad en la recuperación mantuvo vastas zonas sin electricidad durante un año. 

Y los escándalos, iniciados cuando otorgó a una firma sospechosamente desconocida del estado de Montana 300 millones de dólares para restaurar la electricidad. O cuando se descubrieron miles de botellas de agua potable ocultas en una antigua base naval para venderlas luego en condiciones de especulación.

El descrédito se agravó aún más cuando discrepó, junto a Trump, durante un año, con investigaciones que afirmaban que habían muerto por el huracán más de 4 mil personas, mientras que él declaraba que eran solo 66.     

Hubo muchos más escándalos de corrupción en fechas recientes, que llevaron a la separación de funcionarios venales – algunos de mucha importancia, como la secretaria de Educación, responsable del cierre de trescientas escuelas y del despido de cuatro mil docentes.  La lista es demasiado larga para los propósitos de este artículo.

Todo mezclado

¿Quién se sorprende entonces de las manifestaciones actuales del pueblo puertorriqueño, unido, más allá de sus filiaciones políticas? ¿Quién puede extrañarse de la masiva participación juvenil, pura por naturaleza, animada por numerosas figuras del rico mundo cultural isleño?

¿Quién puede reducir su significado a la exigencia de que renuncie un gobernador escandalosamente incapaz y venal, cuando lo que aglutina en las calles a todas las facciones de la sociedad puertorriqueña es esta compleja y extensa lista de factores dispares, a los que solo une el hecho hoy más visible que nunca, de que Puerto Rico es solo un despreciado enclave colonial de Washington?

Roselló debe renunciar.  Quizás cuando se publiquen estas líneas ya lo hizo. Pero los males fundamentales siguen ahí.  La soberanía escamoteada a Puerto Rico, la última colonia por cuya libertad aguarda el concierto de naciones latinoamericanas, es una causa aún pendiente y dolorosa. Es un baldón para toda la humanidad.

Por: Enrique Román

Fuente: Al-Mayadeen

Las opiniones y conclusiones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente reflejan la posición de ParsToday en español.

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