Asesinato de Floyd exterioriza racismo inherente a la sociedad estadounidense
Entrevistador (E): Bienvenidos está comenzando Entrevistas, una producción de Parstoday que da espacio al análisis desde una visión diferente y que les permite a ustedes sacar sus conclusiones. Esta vez el invitado es Juan Alberto Sánchez Marín, quien desde abordará las recientes protestas contra el racismo en EEUU.
E: George Floyd, un afroamericano que falleció el 25 de mayo después de que un policía blanco lo inmovilizó en el piso usando su rodilla para presionarle el cuello mientras era detenido en Minesota. Este asesinato ha hecho estallar manifestaciones, pacíficas y violentas, en todo Estados Unidos y otras partes del mundo para rechazar el racismo y la brutalidad policial en el país norteamericano, en particular contra minorías, como los afroestadounidenses y latinos. Señor, ¿a qué se debe que cada cierto tiempo estos casos llenan titulares y después todo sigue igual?
JASM: Hay que partir de que los grandes despliegues informativos de los medios occidentales, por lo general, están más orientados a ocultar que a mostrar, y más a llamar la atención sobre las cosas accesorias, sensacionales, que sobre las estructurales e importantes para la sociedad.
Ls grandes medios, en el caso del asesinato de Floyd, han sido prolíficos al mostrar el alboroto, los saqueos, los daños, pero pocas veces avanzan más allá. No se reflexiona acerca de los móviles de esas manifestaciones y de la inconformidad exacerbada.
Floyd es más que un afroamericano asesinado bajo las rodillas de unos policías brutales. Lo sucedido con él es la expresión de un pensamiento largamente instaurado en la mentalidad de un amplio número de estadounidenses, que ha sido instruida y acostumbrada a desconocer, temer y odiar.
Tres mecanismos de control de los que se valen las élites y la dirigencia, y que son una estrategia para mantener y ampliar su poder y riquezas. Y no hay duda de que les ha funcionado desde los albores mismos del país.
Una sociedad aferrada a un tiempo, unos ingresos y unos niveles de vida perdidos, que teme y odia. El racismo es la exteriorización ancestral de esa conjugación antigua de miedos y odios implantados con habilidad desde arriba.
La educación, las leyes, la moral, las instituciones, y Hollywood, se han encargado de esparcir y afianzar los rencores y desprecios en capas idénticas de la sociedad, que terminan convencidas de que son peculiares, e incluso opuestas o superiores a otras, a sus imágenes en el espejo.
Las percepciones ilusorias se asientan en los anodinos rednecks, en blanquitos domesticados y quebrados por las incorpóreas élites económicas, o por los señoríos políticos de Washington, o por los especuladores financieros de Walt Street.
Las ideas de la diferenciación se instauran en la hueca clase media, siempre temerosa, como la de cualquier parte, de perder lo que no tiene, y siempre dispuesta a odiar a otras víctimas a cambio de las mínimas prebendas, las ventajas ficticias y los orgullos estúpidos.
Se tiende a pensar que el racismo es algo connatural a algunos pueblos, particularmente, en el caso de Estados Unidos, donde este está en la base de la conformación como nación, y, sobre todo, de sus avances en el marco del sistema capitalista, y como potencia.
Pero esa es una perspectiva que no tiene mucho que ver con la realidad histórica. En verdad, en los preludios de ese desarrollo, tanto los esclavos negros, como los esclavos indios y blancos, padecían codo a codo y hasta huían juntos, cuando se les presentaba la ocasión.
Todos, al fin y al cabo, y de forma similar, eran excluidos por las nacientes castas de poder, que, entre más acrecentaban sus riquezas, se volvían más afanosas por controlar a esclavos y empobrecidos. De otro lado, siempre fue notoria la atracción sexual entre razas, que escandalizaba a las élites puritanas, como consta en documentos de la época.
En Virginia y las Carolinas, en Maryland, Pensilvania y Boston, en muchas colonias y ciudades, la preocupación de la dirigencia era la posible unión entre indios, esclavos negros y blancos pobres, en particular, del surgimiento de una causa común entre los dos últimos.
La inexistencia de aversiones primarias, connaturales, de cualquier tipo, se constata en que ese temor de las élites fue una constante en distintos momentos y lugares. El racismo fue entonces la estrategia definida para espantar los riesgos de la insurrección conjunta.
Uno de los tantos mecanismos de segmentación social que ha operado desde entonces y que, siglos después, sigue siendo funcional para los poderes establecidos en los distintos niveles. Ojalá, sólo hasta ahora. Porque algo sí ha cambiado.
Si bien la estrategia de las élites continúa siendo idéntica, en algunas bases sociales, por lo menos en las que se han volcado en esta oportunidad a las calles, se contempla una formidable mezcla racial, con la cuantiosa presencia de estadounidenses blancos, algo inconcebible un tiempo atrás.
Y es que el asesinato de Floyd, esa exhibición de odio y racismo registrada en el video, en verdad ha sido el detonante de una molestia social más profunda y acumulada. No sólo la población negra es invisible, negada y oprimida.
Lo es por igual toda la población pobre. En el país de la democracia, sólo la exclusión y las necesidades se reparten de manera equitativa e independiente de los tonos de la piel, las procedencias, las creencias religiosas, las ideologías, los oficios, en fin.
Pareciera que los ciudadanos estadounidenses, tres siglos más tarde, están reconociendo las tácticas acostumbradas por los colonos blancos pudientes que los han dominado para asegurarse la mano de obra y su sumisión: la siembra de racismo, que es desunión, en los estados de la mal llamada Unión Americana.
E: Estos hechos influyen en otros ámbitos; entonces, ¿estas protestas tendrán peso en las posibilidades de reelección de Trump en las elecciones presidenciales del próximo noviembre?
JASM: Todo dependerá, seguramente, de la manipulación de los acontecimientos que consiga al final hacer Donal Trump de estos acontecimientos en marcha. Es claro que el pésimo manejo dado a la enfermedad del COVID-19 ha impactado de modo negativo las posibilidades de la reelección. Así, al menos, lo indican las encuestas recientes.
Me parece que el presidente, acostumbrado a llamar la atención, a centrar los reflectores mediáticos sobre él, para bien o para mal, en favor o en contra, pues parece que esta vez los trucos no le han funcionado tan bien.
Desde luego, Trump cuenta con una base votante a la que satisfacen sus trinos de odio, racistas, que siembran la cizaña entre sectores, poblaciones, grupos, en fin. Es su electorado, Trump lo sabe bien, y lo utiliza exacerbando los prejuicios. Esas posturas de hombre fuerte frente a las protestas de un sector negado, segregado, como es el de los afroamericanos, pues lo favorece en ese ámbito.
Pero hay un detalle que es necesario señalar. Esta vez, al contrario de lo sucedió en las ocasiones de protesta anteriores, en los años sesenta y en esta década, por ejemplo, esta vez, ha concurrido una numerosa población blanca, caucásica. Y ahí es difícil prever hasta qué punto una parte de esa población que en un momento dado votó por Trump por razones diferentes al racismo, expectativas económicas, confianza en unas promesas que no se han cumplido, pues siente rechazo por esa discriminación y persecución que Trump impulsa con sus opiniones incendiarias.
Así que tenemos una deplorable forma de afrontar la pandemia, que Trump trata de taparla con un detestable manejo de las protestas y las movilizaciones sociales. Y, de fondo, lo peor, que ya se evidencia, y que cada día que transcurra será peor.
Porque más allá de las cuentas falsamente alegres de Trump con respecto a los buenos presagios que tenía la economía estadounidense a comienzos de año, la realidad es que la situación del país estaba bastante enredada desde mucho antes de la llegada de la COVID-19.
Lo que pasa es que la pandemia movió al comienzo de la calle la pared que se divisaba al fondo.
Y, entonces, la tasa de desempleo, que hasta febrero de este año, y a lo largo de 2019, fluctuó entre 3,5 y 3,6%, pasó a 4,4% en marzo, y a 14,7% en abril. Los datos de mayo, sin duda alguna, son peores, y rondan el 20%.
En otros términos, estamos hablando de más de cuarenta millones de desempleados, en una nación que se considera desarrollada.
Para cualquier economía sana, un embate de esas dimensiones representa una lesión grave. Para una economía en crisis, endeudada, embustera y profundamente desigual, el porrazo es una desgracia.
Máxime, cuando el país ha sido conducido a una fuerte confrontación por la hegemonía mundial, que es lo que en realidad son la llamada guerra comercial con China, el rompimiento de diversos tratados, el desconocimiento de la jurisprudencia internacional y la adopción de medidas inmorales contra aquellos países que no se someten a la coacción estadounidense.
Así que en el colmo de la crisis tenemos un país agobiado económicamente, con un presidente desesperado electoralmente.
E/NL