Ene 21, 2021 09:45 UTC

ParsToday – La insurrección que ocurrió el 6 de enero en la capital de Estados Unidos, Washington, D,C., y que llevó a la toma del enorme edificio del Congreso, ha planteado una vez más la cuestión de la debilidad de la democracia y sus bases en el país norteño.

Algunos teóricos y políticos estadounidenses han considerado el asalto al Capitolio por parte de los simpatizantes indignados del presidente saliente de EE.UU. Donald Trump como un signo de la debilidad y el declive de la democracia en esta nación.
 
Horas después de la irrupción de la turba en el hemiciclo, el presidente electo de EE.UU., Joe Biden, describió ese acto como un asalto a la democracia y dijo en un discurso televisado: "Nuestra democracia está bajo un asalto sin precedentes, esto es algo que no se parece a nada que hayamos visto en los tiempos modernos. Un asalto al alcázar de la libertad, el propio Capitolio. Un asalto contra los representantes del pueblo y la policía del Capitolio que ha jurado protegerlos”.
 
A su vez, el vicepresidente norteamericano y presidente del Senado, Mike Pence, quien presidía una reunión conjunta del Congreso para certificar el resultado de las elecciones presidenciales de 2020, calificó el asalto como “un día oscuro en la historia del Capitolio de los Estados Unidos” y destacó que “nos hemos vuelto a reunir en esta cámara este mismo día en apoyo y defensa de la Constitución de Estados Unidos”.
 
En los días posteriores, otras figuras políticas y periodistas, cada uno con su propia literatura, describieron el asalto a la sede del Congreso como un asalto a la democracia estadounidense.
 
Pero la verdad es que el incidente del 6 de enero, que califican como el asalto a la democracia, no sucedió de la noche a la mañana ni durante un año o incluso cuatro años.
 
Los demócratas y algunos republicanos críticos con Trump han tratado de culpar al mandatario saliente del asalto a la democracia y lo han condenado por haber incitado a actos caóticos.
 
Desde luego, en los últimos cuatro años, Trump, para mantenerse en el poder y desalojar a sus rivales de la escena, no ha escatimado esfuerzo, aunque sea para socavar los cimientos de la democracia en EE.UU.
 
 
 
Para poner un ejemplo, Trump tildó las recientes elecciones presidenciales como las más fraudulentas de la historia, tachó a los demócratas como traidores al país, calificó las noticias de los medios de comunicación como "fake news" y pidió a sus seguidores que cambiaran los resultados electorales saliendo a las calles.
 
Igualmente habló de ideas como la existencia de un presidente vitalicio en Estados Unidos o la obtención de poderes extralegales.
 
Esto sucede mientras durante la Presidencia de Trump, las corrientes de derecha y extremistas, con el apoyo de él, lanzaron ataques físicos o verbales contra las instituciones democráticas de EE.UU., cuyo último y más escandaloso caso fue el asalto al Capitolio.
 
Aun así, el debilitamiento de la democracia no comenzó desde 2017, cuando Trump ingresó a la Casa Blanca, sino que esto data de hace muchísimo tiempo.
 
De hecho, incluso antes de la fundación de Estados Unidos en 1776, la democracia en las Trece Colonias británicas en el llamado Nuevo Mundo, que posteriormente formaron un nuevo Estado, era tambaleante.
 
Si bien en esas colonias hubo algunas instituciones democráticas, como constitución, parlamento y elecciones, la democracia se limitaba a un pequeño grupo de blancos con una riqueza mínima.
 
En aquel entonces, los indígenas, los esclavos negros, los blancos pobres y las mujeres no disfrutaban de la democracia.
 
Desde el mismo inicio de la fundación de los Estados Unidos de América, incluso con un sistema de gobierno republicano y presidencialista, la democracia corrió peligro.
 
El constante crecimiento del poder del aparato ejecutivo del gobierno, sumado a la profunda corrupción política durante todo el siglo XIX, había socavado la incipiente democracia estadounidense.
 
En aquellos años, la misma débil democracia estuvo imbuida de la más inhumana forma de esclavitud de toda la historia, para salvarse de la cual al menos 600 mil personas murieron en una guerra civil.
 
Tras el fin de la guerra civil, aunque millones de esclavos fueron liberados, se formó un sistema injusto de segregación racial, en el que con el surgimiento de corrientes violentas como el el Ku Klux Klan (KKK), pisoteaban la democracia y los derechos humanos de la forma más horrible.
 
Con el inicio del siglo XX, un nuevo factor se agregó a los dos factores anteriores, que eran el aumento del poder del aparato ejecutivo del gobierno y las actitudes sociales racistas, que minaban la democracia en EE.UU.
 
Pero con la llegada del tercer factor, que era el deseo de crear un imperio más allá de las fronteras, esta tendencia se intensificó. Para finales del siglo XIX, Estados Unidos era reconocido como un Estado con sistema republicano, que, con un poco de indulgencia, destacaba entre los países democráticos.
 
Pero al iniciarse el siglo XX, la República estadounidense empezó a dar pasos en el camino de convertirse en un imperio mundial. Durante 50 años, desde principios hasta mediados de este siglo, EE.UU. consolidó su imperio en las Américas y formó su propio imperio mundial al finalizar la Segunda Guerra Mundial a mediados del siglo XX.
 
La transformación de la República estadounidense en un Estados Unidos imperialista puso a las instituciones democráticas, tales como los sistemas electorales, el Congreso y los partidos, bajo el control del gobierno intervencionista, el ejército aventurero y los capitalistas internacionalistas, lo que resultó en un fenómeno conocido como "gobierno oculto", que, conformado por una coalición de políticos veteranos, militares y figuras influyentes de Wall Street, hizo prevalecer a la oligarquía financiera en el país norteño.
 
Al distribuir generosamente el dinero entre los políticos, esta oligarquía puso bajo su control tanto al Congreso como a la Casa Blanca, para que la primera aprobara leyes a favor de la oligarquía financiera y, la segunda las implementara a favor de esta última.
 
Así, un gobierno que, en palabras de Abraham Lincoln, debía servir a las masas sobre la base del principio de "el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo", se convirtió en un "gobierno de los ricos sobre los pobres" para garantizar los intereses de la élite.
 
Desde luego, en las últimas décadas ha habido resistencias a la oligarquía financiera a fin de salvar los cimientos democráticos en EE.UU., como por ejemplo el movimiento de derechos civiles, el movimiento de igualdad de género, el movimiento de justicia económica y, más recientemente, el movimiento "Las vidas de los negros importan".
 
Sin embargo, el paso del tiempo solo ha fortalecido la autoritaria corriente político-económica en EE.UU., que cuenta con todas las herramientas del poder y gobierna contra la voluntad popular.
 
Por eso, la idea de que el asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021, fue un asalto a la democracia, no es congruente con el desarrollo histórico de los acontecimientos sociopolíticos en EE.UU.
 
Si se quiere fijar una fecha para el asalto a la democracia estadounidense, hay que remontarse a años atrás, cuando los ideales de la Revolución Americana, los principios de la Declaración de Independencia y la Constitución de este país fueron ignorados por políticos engañosos y capitalistas codiciosos, y se creó un Estado que ahora, desde dentro y fuera, está en guerra con los valores democráticos.
 
P/FE/JP

 

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